El encuentro de El Principito con el aviador.
En este fragmento, el narrador nos explica su situación
desesperada: siendo piloto de avión se estrelló en medio del Sahara a mil
millas del lugar habitado más cercano.
El aviador que tiene el accidente y se ve obligado a aterrizar en el desierto, sintiéndose como un náufrago en medio del océano, duerme esa noche solo sobre la arena, cuando al amanecer una voz lo despierta con un pedido muy particular: que dibuje un cordero. Pronto se da cuenta de que se trata de un chico que, a pesar de estar en medio del desierto, se encuentra en perfectas condiciones y tiene, como sola urgencia, un dibujo de un cordero.
El aviador en su miedo a morir en
medio del desierto, de la nada, deja de captar lo mágico de la situación y
adopta una actitud malhumorada y de precipitación. Pintar un cordero en medio
del desierto, para el narrador en este inicio del libro, no tiene ningún
sentido.
El principito no deja de ponerle
pegas a los dibujos.
Finalmente, el narrador dibuja
una caja y le dice al niño que el cordero está dentro; el principito queda
satisfecho y contempla a su cordero a través de los agujeros en la caja.
El principito también vive en la
precipitación. Sus deseos deben cumplirse al instante y no duda en incordiar al
piloto perdido con sus críticas y exigencias. Es el egocentrismo infantil que
pretende condicionar todo aquí y ahora a las exigencias del yo.
CAPÍTULO II
Viví así, solo, sin alguien con quien poder hablar
verdaderamente, hasta hace seis años cuando tuve una avería en el Sahara. Algo
se había estropeado en el motor de mi avión. Como viajaba sin mecánico ni
pasajero alguno, me dispuse a realizar yo sólo, una reparación difícil. Era
para mí una cuestión de vida o muerte pues apenas tenía agua pura como para
ocho días. La primera noche me dormí sobre la arena, a unas mil millas de
distancia del lugar habitado más próximo.
Estaba más aislado que un náufrago en medio del océano.
Imagínense, pues, mi sorpresa cuando al amanecer me despertó
una vocecita que decía:
–¡Por favor... píntame un cordero!
–¿Eh?
–¡Píntame un cordero!
Me puse en pie de un brinco y frotándome los ojos miré a mí
alrededor. Descubrí a un extraordinario muchachito que me observaba gravemente.
Ahí tienen el mejor retrato que más tarde logré hacer de él, aunque reconozco
que mi dibujo no es tan encantador como el original. La culpa no es mía, las
personas mayores me desanimaron de mi carrera de pintor a la edad de seis años,
cuando sólo había aprendido a dibujar boas cerradas y boas abiertas.
Miré, fascinado, aquella aparición. No hay que olvidar que me
encontraba a unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo y el
muchachito no parecía ni perdido, ni muerto de cansancio, de hambre, de sed o
de miedo. No tenía la apariencia de un niño perdido en el desierto a mil millas
de distancia del lugar habitado más próximo. Cuando logré, por fin, poder
hablar, pregunté:
–Pero… ¿Qué haces tú aquí?
Y él repitió suave y lentamente, como algo muy importante:
–¡Por favor… píntame un cordero!
Cuando el misterio es tan impresionante, uno no se atreve a
contravenir. Por absurdo que aquello pareciera, a mil millas de distancia de
algún lugar habitado y en peligro de muerte, saqué del bolsillo una hoja de
papel y una pluma fuente. Recordé que yo había estudiado geografía, historia,
cálculo y gramática y le dije al muchachito (algo malhumorado) que no sabía
dibujar.
–No importa, ¡Píntame un cordero!
Como nunca había dibujado un cordero, repetí uno de los dos
únicos dibujos que era capaz de realizar: el de la boa cerrada. Y quedé absorto
al oírle decir:
–¡No, no! No quiero un elefante dentro de una serpiente.
La serpiente es muy peligrosa y el elefante ocupa mucho
sitio. En mi tierra todo es muy pequeñito. Necesito un cordero.
¡Por favor, píntame un cordero!
Dibujé un cordero. Lo miró atentamente y dijo:
–Éste está muy enfermo. Por favor haz otro.
Volví a dibujar.
Mi amigo sonrió gentilmente, con indulgencia, y dijo:
–¿Ves? Esto no es un cordero, es un carnero. Tiene cuernos…
Realice nuevamente otro dibujo y también fue rechazado como
los anteriores.
–Es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.
Ya impaciente y deseoso de comenzar a desmontar el motor,
tracé rápidamente este dibujo, se lo enseñé, y dije:
–Esta es la caja. El cordero que quieres está adentro.
Me sorprendí al ver iluminado el rostro de mi joven juez:
–¡Oh, es exactamente como yo lo quería! ¿Crees que se
necesite mucha hierba para este cordero?
–¿Por qué?
–Porque en mi tierra todo es muy pequeño…
–Será suficiente. El corderito que te he dado también es
pequeño.
Se inclinó hacia el dibujo y exclamó:
–¡Bueno, no tanto…! ¡Ah, se ha quedado dormido!
Y así fue como conocí al principito.
……………
http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/Colecciones/ObrasClasicas/_docs/ElPrincipito.pdf
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